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Hay ocasiones en las que uno espera verdaderas maravillas de un concierto y sale ligeramente decepcionado de la sala cuando ve que lo que esperaba, a decir verdad, no se ha cumplido. Esa fue la impresión que quedó a más de un fan cuando acabó el concierto de TALISMAN el pasado 31 de mayo en la sala Apolo de Barcelona.
De entrada, imagino que por motivos logísticos, hacer el concierto en una desangelada sala 1 de Apolo es algo bastante pretencioso. TALISMAN nunca fueron una banda de masas en nuestro país, más bien una banda de una pequeña y selecta minoría que disfruta del hard rock melódico. Así que tener una sala tan grande para apenas 150 personas de público contribuyó a que el sentimiento general fuera de escasa asistencia y –aunque todos digan lo contrario- no es lo mismo para un artista salir a escena ante 600 personas que ante menos de 200 esparcidas por la sala.
Por otra parte, ésta es una gira de despedida y pese a la emotividad del asunto, no parecía que la banda estuviera especialmente decidida a hacer de estos últimos shows algo especial. No faltó la profesionalidad, ni el set-list mejorado, ni los momentos memorables, pero faltó ese clímax que hace que uno se olvide por completo de que está en un concierto, en una sala, en su ciudad, o en la galaxia. Tras ver a Jeff Scott Soto en multitud de ocasiones en solitario sólo me cabe decir que, en ésta ocasión, Soto vino a medio gas. Algo lógico, por otra parte. Jeff ha visitado nuestro país cinco o seis veces desde que retomó a lo grande su carrera en solitario, ya sea con su propia banda, con Journey, con Soul Sirkus o con los propios Talisman. La novedad ya no existe. Y la conexión entre Soto y el público español es consistente, pero no estuvo en su mejor momento durante el show de Barcelona.
Alrededor de las 22:00, sin teloneros previos, comenzó a sonar la intro del show, provocando que todo el público se acercara a las primeras filas a la espera de poder vivir de cerca un torrente semejante de himnos del hard melódico. Y los primeros minutos del show, en los que sonaron “Falling” y “Colour My XTC” no defraudaron, aunque Jeff estaba más quieto de lo normal, para lo que estamos acostumbrados a ver con él. Tanto la banda como el propio Soto irían entrando en calor a lo largo de la primera media hora de concierto, consiguiendo finalmente que el público se volcara con ellos y que la gente sintiera algo más que una vibración en su cuerpo durante el concierto.
De todos modos, el problema fue estructural. Si en un concierto hay solos de bajo, hay una sería probabilidad de que el maldito solo de bajo rompa el momento. Siempre suele pasar y porque Marcel Jacob sea mejor instrumentista que algunos de sus competidores, eso no cambia el resultado. “Solo de bajo = gente en la barra” sería la mejor ecuación para definir lo sucedido. Eso, junto con el mini-concierto autista de Jeff Scott Soto sentado al piano cantando balada tras balada (entre las que sonaron “All I Want”, por ejemplo) contribuyó a que la intensidad del show bajara varios enteros. Pero, como perros viejos que son, también saben poner a todo el mundo en pie de guerra tras un momento de bajón. Las vitoreadas interpretaciones de “Frozen” de MADONNA y temas propios como “Give Me a Sign” o “Break Your chains” sirvieron para devolver potencia al concierto.
El momento más esperado fue, como no, la interpretación de “I’ll Be Waiting”, probablemente el tema más importante de toda la carrera de la banda. Con la sala dispuesta a cantar, corear, saltar y hacer lo que fuera necesario, la banda arrancó con una esplendida versión del tema. Versión que habría sido excelente de no ser por un momento de confusión entre los músicos que derivó en una serie de entretenimientos para el público que nuevamente restaron intensidad al “momentazo” de la noche. De entrada, Jeff se puso a cantar el ‘Livin’ on a Prayer’ de Bon Jovi en mitad del break-para-que-el-publico-coree del tema. Nada que no se haya hecho antes, pero tras ‘Livin’ on a Prayer’ la banda se vio perdida por completo, sin saber que hacer. Soto se sacó de la manga un par de minutos de cánticos y colaboraciones vocalista-público-guitarrista que provocaron unas cuantas risas dado el tono improvisado del asunto. En el fondo, todos esperábamos que la banda volviera a comenzar el tema desde arriba, para dejar buen sabor de boca. Pero nada, lo finalizaron como pudieron y ahí acabo el show. En el fondo, me supo mal por el bueno de Brian Young que, en su papel de nuevo guitarrista, intentó salvar los muebles como pudo pero sin éxito.
Para el bis, la banda volvió a escena e interpretó “Crazy” de SEAL, otro clásico imprescindible para cualquier concierto en el que Jeff Scott Soto esté a un radio de menos de 100 kilómetros. Pero tampoco fue suficiente. El show no llegó a una hora y media de duración y dudo que la banda se congratulara en el camerino tras acabar el show. Fue mediocre, para ser sinceros. Y lo peor de todo es tener que emitir una crítica como ésta cuando la carrera de Scott Soto, de TALISMAN y de cada uno de sus miembros es casi sagrada para ti. Pero precisamente por eso, creo que es más necesaria que nunca una pizca de objetividad. TALISMAN no hicieron un buen show pese a demostrar ser una gran banda en directo.
¿La próxima vez será o habrá próxima vez?
Texto y Fotos: Sergi Ramos